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Cuando la población vive en condiciones de miseria, el incremento de consumo de recursos y de energía por parte de la población aumenta la esperanza de vida, el acceso a la educación y a mayores índices de felicidad pero, traspasado un umbral, esta correlación desaparece. Las desigualdades sociales se profundizan porque existe una acumulación y un consumo excesivo de bienes por parte de una minoría. Una parte de la humanidad se enriquece a costa de la devastación de los territorios de los que depende la supervivencia de la otra.Pero no se trata solo de la necesidad de una mayor justicia social, sino también de la asunción de modelos de vida más acordes con los límites del plantea. El sistema económico requiera materiales y energía, y emite residuos y calor a una biosfera que no puede soportar un crecimiento ilimitado. Hasta la fecha, Gobiernos y organismos multilaterales, al servicio de los intereses del capital, presentan una serie de soluciones que obvian estos límites.No es solo una cuestión de cantidad sino también de cualidad. En la sociedad capitalista no se produce lo que necesitan las personas sino lo que da beneficios a las grandes corporaciones. Vivimos en un sistema que no puede pagar los costes de reproducción social, ni tampoco puede subsistir sin ellos, por eso, esa inmensa cantidad de trabajo permanece oculta y cargada sobre las mujeres.Tal y como vienen reivindicando ecofeministas como Yayo Herrero, la cultura del cuidado debe servir de inspiración central a una sociedad social y ecológicamente sostenible. Su definición del ‘trabajo de cuidados’ se refiere a las tareas asociadas a la reproducción humana, la crianza, la resolución de las necesidades básicas, la promoción de la salud, el apoyo emocional, la facilitación de la promoción social, etc.