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Las identidades son indispensables para vivir en sociedad, pero conllevan la clasificación y estereotipación de las personas que las conforman. El patriarcado y la heteronormatividad están presentes en la construcción de nuestras identidades. Las personas estamos condicionadas por una estructura hegemónica, jerárquica y excluyente, que discrimina unas identidades frente a otras. La situación de reconocimiento y legitimidad social condiciona tanto nuestro sentimiento de pertenencia como la percepción de ‘los otros’.Así, las mujeres han sido históricamente discriminadas, tomándose el patrón ‘hombre’ como modelo de referencia, y hasta en los contextos más progresistas, se sigue deplorando que un hombre adopte actitudes o comportamientos ‘propios de la feminidad’ y que las mujeres no cumplan con los mismos.Cobra especial importancia la defensa y legitimación de las identidades múltiples que permiten a las personas ser parte de colectividades diversas más allá de sus preferencias afectivas, sexuales o de su identidad de género. Tenemos la opción de identificarnos como mujeres, como hombres o de otro modo que no encaje en ninguna de estas dos categorías, y también de tomar preferencias sexuales diversas respecto al deseo y al afecto. La lucha contra las relaciones de poder debe aunar a una multiplicidad de géneros, en contra de las definiciones clínicas y patologizantes de aquellas personas que no asumen las asignaciones de género que les dieron al nacer.