Trauma

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Etimológicamente, significa herida. A partir de este origen, existen muchas definiciones de trauma en sus dos vertientes: como hecho extremo impactante y como reacción humana ante este hecho. En sentido análogo, se utiliza el término ‘trauma social’ para referirse a cómo algún proceso o acontecimiento histórico puede haber dejado afectada a toda una población.
Al hablar de ‘trauma psicosocial’ se subrayan dos aspectos: a) que la herida que afecta a las personas o las comunidades ha sido producida socialmente, es decir, que sus raíces no se encuentran en la persona, sino en la sociedad; b) que su naturaleza se alimenta y mantiene en la relación entre la persona y la sociedad, a través de diversas mediaciones institucionales, grupales e incluso individuales. Estos elementos son determinantes a la hora de identificar qué se puede hacer para reubicarse en el mundo tras la experiencia traumática.
El potencial traumático de un hecho dependerá de sus características (mayor potencial cuando es repentino, prolongado, repetitivo e intencional) y de la experiencia y posibilidades de respuesta de la persona o comunidad que lo sufre. Así, la definición de trauma no puede ser genérica sino que deberá partir la experiencia de las y los supervivientes.
Los elementos nucleares para hablar de un ‘hecho traumático’ pueden partir de los siguientes criterios:

  • Experiencia que constituye una amenaza para la integridad física y/o psicológica de la persona, asociada con frecuencia a vivencias de caos y confusión durante el hecho, fragmentación del recuerdo, absurdidad, horror, ambivalencias o desconcierto.
  • Que se asocia a una marca indeleble.
  • Que tiene un carácter inenarrable, incontable, incomprensible para las demás personas.
  • Que quiebra una o más de las asunciones básicas que constituyen los referentes de seguridad de la persona y, muy especialmente, las creencias de invulnerabilidad y de control sobre la propia vida. Por ejemplo, la confianza en las otras personas y su predisposición a la empatía, o la confianza en el carácter controlable y predecible del mundo.
  • Supone, así, una experiencia que afecta profundamente a la identidad personal, comunitaria y social, al producir una ruptura de la visión del mundo y de una misma.
    La experiencia de las y los supervivientes muestra cómo existen algunos elementos de resistencia a la adversidad que favorecerán la búsqueda de sentido de la experiencia para poder integrarla. Entre ellos: mantener el control sobre la propia vida y evitar la indefensión; reconstruir una imagen de sí misma y del mundo; tolerar la ambigüedad y la incertidumbre; y potenciar las emociones positivas.

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    Bibliografía

    • Martín Baró, I. (1990): Psicología Social de la Guerra. Trauma y Terapia. UCA, San Salvador, p.10.

    • Pérez-Sales, P. Coord. (2003): Programa de autoformación en psicoterapia de respuestas traumáticas (volumen 1): trauma y resistencia.